jueves, 13 de agosto de 2015

Capítulo III - Una luz blanca

Los aplausos no la tomaron por sorpresa, muy por el contrario, eran esperados en forma natural y tal como le pasaba habitualmente, le provocaron una gratificante sensación de alivio porque indicaba que había terminado su presentación. Sonrió y agradeció una vez más al público por su asistencia y participación. Había finalizado de explicar el último estudio clínico de una nueva droga que lograba regularizar en minutos las funciones de la serotonina, un neurotransmisor fundamental para lograr la normalidad de la conducta de los pacientes bajo tratamiento. La droga estaba en su fase previa a la aprobación para su comercialización en el mercado internacional y los estudios publicados presentaban excelentes resultados. Sonaba importante y ella también pensaba que lo era. Sin embargo, este significativo aporte a la ciencia no era reflejado como ella esperaba en su cuenta corriente. La Secretaría de Salud Pública parecía no dar prioridad a sus viajes, capacitación en congresos internacionales, honorarios por investigación clínica y demás. Tampoco comprendía de estas injusticias la inmobiliaria que cobraba su alquiler. Menos en los últimos tiempos que debía dos meses ya y le estaban empezando a aplicar intereses moratorios. Se tuvo que quedar un buen rato en el hotel luego de su conferencia ya que diferentes profesionales de distintos puntos del país se le acercaban para realizar más consultas y plantear inquietudes. Mientras contestaba debía admitir que guardaba mayor interés en buscar con la vista al visitador médico que había actuado de intermediario con el laboratorio para organizar su participación en estas charlas. Necesitaba con urgencia que le efectivizaran el pago. En algún momento lo vio pasar, pero la actitud evasiva de este hombre sólo logró preocuparla. Lo perdió de vista y ahora hacía varios minutos que no lograba dar con él. Se acercó a una de las mesas y se sirvió un poco de jugo artificial. De un momento a otro el público comenzó a disiparse y un colega le informó que el señor Parril se había retirado ya. Suspiró profundo y se resignó a tener que llamarlo por teléfono en forma insistente durante la semana hasta que se dignase a atenderla. Bajó la mirada y volvió a admirar su falda impecable. Una inversión para esta charla. Suspiró con resignación. Frente a trescientas personas debía estar vestida a la altura de las circunstancias. Eso le había significado la mitad del valor de su alquiler, el que no podía pagar. Odiaba pedir dinero pero no tenía alternativa. Con cierta impotencia, bastante mal humor y mucho dolor de pies por el taco de los nuevos zapatos se retiró del hotel cinco estrellas para encontrarse en el café con su madre a unas pocas cuadras.

Al llegar tardó unos pocos segundos en ubicarla. Se detuvo un momento para observarla y a esa altura no estaba segura si eran las preocupaciones del día, el calor, el cansancio o si realmente su madre había envejecido tanto en los últimos tiempos. Al mirarla detenidamente solo podía ver a una señora mayor, con la mirada extraviada en el tránsito que circulaba frente a los bosques de Palermo. De pronto Estela giró la cabeza y se encontró con su hija, quien le regaló una hermosa sonrisa al descubrir en esos ojos azules que la fuerza interior permanecía intacta.
Mariela tenía el cabello negro, lacio y pesado, enmarcando unas facciones delicadas con unos inquietantes ojos pardos. Sus gestos demostraban un poco de ansiedad. Tal vez porque había dejado de fumar hacía pocas semanas, más por un problema de costos que por convencimiento. Si bien al ser profesional de la salud conocía perfectamente el daño que provocaba el tabaco, se auto convencía de que su día a día sería peor sin este vicio. En ese mismo instante lo confirmaba inconscientemente. 
Se saludaron madre e hija con un beso y Mariela tomó asiento en forma enérgica en una silla ubicada a pocos centímetros del vidrio resplandeciente del ventanal sobre la avenida Libertador.
Estela sonrió y la observó con una actitud muy peculiar.
-¡Qué elegante estás hija!
Mariela miró el tránsito por una fracción de segundos y en forma seductora regresó la mirada a los ojos de su madre. Agradeció el cumplido asintiendo con su cabeza y una pequeña sonrisa. De pronto comentó:
-Lo compré en seis cuotas que no tengo idea cómo voy a hacer para pagar. El hijo de puta de Parril me dejó pagando en el medio del salón. No doy más de los pies, me están matando estos zapatos.
-Pero hija, ¡cómo estas! –Estela la observó con cierta preocupación y agregó- Bueno, intentá relajarte. Pedite algo para tomar.
-No sé qué pedir, ya piqué algo en el hotel antes de venir. ¿Pudiste hablar con la tía Ángela?
-Sí, pero me respondió que tiene los departamentos alquilados.
Mariela se mordió el labio inferior y luego se aproximó a su madre apoyando su cuerpo unos centímetros más sobre la mesa.
-Era de esperarse. La verdad que viven en una burbuja esas dos –suspiró brevemente con cierta preocupación y continuó diciendo-. Si por lo menos le respondiera a José Luis. Tal vez Julieta lo puede hacer entrar en la clínica. Me mandó un mensajito hace un rato diciéndome que no había tenido novedades.
-¿No lo llamó?
-No. Todavía no…
-Bueno, tené paciencia. Estuvo de vacaciones y no llama ni a la madre.
Mariela bajó la cabeza y se acomodó el cabello. Levantó la vista y volvió a observar el rostro de su madre. Se la veía un tanto demacrada.
-¿Y vos que hiciste?
-Estuve todo el día por aquí -respondió Estela.
-¿Aquí?
-Y sí, ¿dónde me voy a ir? Aproveché para encontrarme con Ángela hasta el mediodía. Después me di una vuelta por el rosedal. Me compré un diario…
Mariela se sintió algo culpable por tener allí a su madre retenida esperándola.
-Te hubieras vuelto a casa.
-Bueno, pero estabas aquí cerca. Así nos podíamos ver…
Mariela la tomó de la mano y le guiñó un ojo.
-Mamá, de alguna forma lo voy a resolver.
-Claro hija. Lo vamos a resolver. Quedate tranquila.
Mariela intentó sonreir pero tuvo que hacer un esfuerzo mayor al que estaba acostumbrada.

Supuestamente ese día se encontraba temprano con su madre para cenar, pero eran casi las nueve de la noche y todavía estaba caminando por los pasillos de la clínica hasta la sala de enfermería.
-Hola, ¿qué tal Marcela?
Marcela giró manteniendo su posición inclinada sobre la mesada y respondió con una sonrisa forzada para luego decir:
-Si la buscás a Mirtha se fue hará media hora. Había paro de subtes asique tenía que tomar el colectivo hasta la casa.
Julieta se sorprendió un tanto aunque terminó culpándose por no haberlo previsto. Había escuchado en algún momento del día que iba a haber paro. Uno más de tantos.
-¿Te puedo ayudar en algo? –consultó Marcela con un tono mas condescendiente.
La joven médico pareció volver a la realidad en ese mismo instante y pasó a explicar:
-En la quinientos cuarenta y ocho hay un paciente inmovilizado. Yo voy a salir ahora, cualquier inconveniente o emergencia me ubican en el celular.
-De acuerdo… -respondió Marcela sin demasiado interés y volvió a girar para terminar de completar los datos de la ficha que la mantenía ocupada.
Como tantas otras veces, Julieta regresó a su consultorio esta vez cruzando una sala de espera vacía. Encendió la luz y pasó a lavarse las manos. Se miró al espejo y pensó que estaba perdiendo su bronceado. Hizo una pequeña mueca con sus labios. En ese momento vibró el celular en el bolsillo. Lo tomó y leyó el visor. El mensaje era de su madre avisando que la esperaba en su casa con una comida especial. Julieta fue a buscar su bolso y tomó el maquillaje. Se retocó un poco y cepilló su cabello. Se quitó el ambo para luego guardarlo en el armario. Se estaba por retirar pero segundos antes de apagar la luz y con el bolso sobre su hombro, vio un papel de color celeste en el lapicero sobre el escritorio. Lo tomó en sus manos y su rostro se iluminó con cierta picardía al leer: “No requiere análisis porque sabemos el resultado, pero te puedo hacer una prueba cuando quieras XOXOX”. Sacudió la cabeza divertida, dobló el papel y lo dejó en su bolso. Apagó la luz con una sonrisa incontenible en su rostro.
Mientras se despedía de algunos colegas de la clínica había decidido tomar un taxi. Estaba bastante cansada y no estaba dispuesta a hacer una fila de cuarenta minutos mínimo para viajar parada en un micro atestado de gente en su misma situación. Levantó su brazo al ver un taxi en la esquina e inmediatamente el conductor activó las balizas. Se apresuró y subió al asiento trasero. El chofer tendría unos cuarenta y cinco años, barba crecida y cabello entrecano. El automovil tenía un olor extraño que Julieta no logró identificar.
-Buenas noches.
-Buenas noches, ¿hacia dónde va?
-Cerviño y Salguero, por favor.
El automóvil comenzó a mezclarse con el resto del tránsito de la ciudad y Julieta aprovechó para revisar sus mensajes a la vez que respondía algunos en línea. Un par de pacientes fueron los primeros destinatarios de sus llamados. El taxista espiaba a su pasajera por el espejo retrovisor. Julieta lo notó pero hizo caso omiso y continuó hablando sin inmutarse en lo más mínimo. Había un número de teléfono que se repetía en varias ocasiones pero no estaba el número registrado. Normalmente no lo hacía pero decidió marcarlo. Alguien tan insistente podría necesitarla con cierta urgencia. La atendió una voz masculina, algo agitada, que inmediatamente guardó compostura para presentarse.

El departamento era minúsculo y tenía un par de paredes de la sala principal pintadas con un color verdoso opaco supuestamente con la intención de ofrecer algo de vida natural en la gran ciudad. José Luis lo dudaba. Había sido criado en Pergamino y dejó su lugar de origen al momento que decidió estudiar administración en Buenos Aires. Poco antes de recibirse había pensado en regresar pero en aquellos momentos la promesa de un futuro laboral exitoso lo tentó demasiado como para regresar al campo paterno. Ahora ya había cumplido los cuarenta años, era un hombre hecho y derecho. Su hermano Raúl en todos esos años había tomado el negocio de su padre en la producción de duraznos llegando incluso a entrar en el mercado internacional y él hacía poco más de un año que se encontraba sin trabajo después de una historia de muchos altibajos. Más bajos que altos.
Miró la salsa de tomate en la cacerola y probó un tanto con el cucharón. Su mirada se elevó a la derecha y agregó un poco de orégano. Estaba por mirar la hora cuando escuchó las llaves en la cerradura y sonrió. Justo a tiempo.
-Julius… -expresó casi cantando Mariela. Él sonrió y su mirada se iluminó al verla posando bajo el marco de la puerta de la cocina.
-¡Pero qué hermosa que estás hoy!
Mariela jugó con su cabello e inclinó su cabeza hacia la derecha con una mirada algo provocativa.
-Es que me fui temprano hoy… No llegaste a verme...
Él se acercó lentamente deleitándose con la figura de la mujer y respondió:
-¿Y por qué no me despertaste?
-Porque tenía que salir temprano…
La frase terminó en risas porque él la abrazó con firmeza mientras besaba su cuello. Se miraron a los ojos y confirmaron su amor con un beso intenso en los labios.
-¡Qué rico olorcito! –exclamó ella.
-¿Lo decís por mí?
Ella intentó apartarlo un poco para espiar sobre el hombro de José Luis, la comida en preparación. Pero él jugaba con ella sin dejarla avanzar.
-¿Qué pasa? ¿Tenés hambre?
La verdad era que sí, Mariela estaba famélica y agotada. Sin embargo comenzó a responder al apetito de su hombre. El sonido del celular de José Luis los sorpendió en el dormitorio. Él le dio un beso corto en los labios y le dijo casi en secreto:
-Te salvó la campana.
Ella se rió mientras que escapaba a la cocina encantada de tener la comida prácticamente lista. Sin perder tiempo se decidió a completar la obra.
-Sí… sí, qué tal. Muchísimas gracias por llamar. Mi nombre es José Luis… Sí… sí. Exacto, estamos con Mariela viendo posibilidades.
La atención de la psiquiatra abandonó las pastas por un momento para enfocarse en la conversación que estaba manteniendo su pareja en ese instante. Frunció el entrecejo y bajó la hornalla del gas, una vez más.
-Claro, exactamente.... Sí, yo estuve en la Fundación del… -se interrumpió por un segundo con la mirada perdida y luego continuó con entusiasmo diciendo-. Pero claro que sí. Al mediodía. Sí por supuesto. Me parece perfecto. Sí. Lo llevo impreso o preferís que te lo envíe a algún mail. Muy bien. Bueno, bárbaro. Escuchame… Sí… Sí, claro, está bien. Te quiero agradecer… sí, muchas gracias en serio. No importa. Valoro mucho tu ayuda. Bueno. Gracias. Hasta mañana. Chau. Chau, gracias. Sí, le digo.
José Luis cortó la llamada y al levantar su vista se sonrojó al sentirse observado por Mariela.
-¿Quién era?
-Tu prima Julieta.
-¿Te llamó? –preguntó sin esperar realmente una respuesta.
-Me espera mañana en la clínica. Me va a presentar al Jefe de Administración para ver qué se puede hacer.
Una sensación de alivio y esperanza los invadió en ese mismo instante… al igual que el gusto a salsa de tomate por todos los ambientes.

-Son ciento cincuenta y seis pesos –sentenció el taxista al detenerse y apretar un botoncito en el tarifador.
A Julieta le pareció un robo a mano armada pero como había aceptado las reglas de juego no tenía más remedio que pagarle. Buscó el dinero en su bolso y sólo escuchó quejas al entregarle dos billetes de cien. No tenía alternativa, sólo contaba con doscientos treinta pesos en su cartera y tarjetas de crédito. Finalmente el chofer le entregó el cambio de mala manera y ella bajó apurada del vehículo. Se quedó parada en el medio de la calle con la cartera abierta, el bolso colgando de un brazo y el celular en su mano izquierda. Empezó a cruzar la calle  intentando hacer malabarismos para ordenar sus cosas cuando escuchó el estruendoso ruido de bocinas y al levantar el rostro sólo vio una luz blanca enceguecedora.